A mitad de Enero el aparejador me llama y me dice que no hay luz en la obra. La compañía se ha llevado el contador de luz.
¿Quién ha dado orden de cortar la luz? Según el instalador es el estructurista (quien empezó la obra como contratista principal y tiene la luz a su nombre) quien lo ha solicitado. Según el estructurista él no ha ordenado nada y es una actuación “de oficio” de la compañía cuando expira la licencia de obras.
Sea como fuere, me encuentro a mitad de enero sin poder volver a dar de alta la luz en obra porque la licencia está ya expirada.
Si no hay luz la bomba para extraer agua del aljibe no funciona y si llueve torrencialmente tengo un problema porque se inundará el sótano, el foso de ascensor, y se mojarán las cajas de las puertas correderas una vez más.
Y justo en ese momento aparece la borrasca Gloria, que nos trae en el momento más oportuno una semana de lluvias torrenciales.
Mi soledad llega al límite el domingo en que llegan las lluvias. Sin luz en la obra, acudo a mi cuñado, quien me presta un grupo electrógeno y gracias a él podemos poner bombas a funcionar a tiempo de evitar que el agua se acumule en el sótano.
Durante 3 noches apenas duermo para ir a la obra a poner en marcha el grupo y dar electricidad a las bombas para sacar agua.
Esa semana se resume en: barro, lluvia, frío, cansancio y rabia. Provocan en mí una especie de catarsis. Ahora tengo claras varias cosas:
Primero: que una obra necesita un encargado a pie de obra y que eso es una figura clave para empujar el proyecto. Mi aparejador se empeñó en decir que esa función la cubría él y eso es radicalmente falso: una obra no se puede telegestionar y menos si no le dedicas la energía que necesita.
Segundo: que voy a poner la obra en manos de un único constructor capaz de llevarla adelante porque no hay otra manera de hacerlo.
Tercero: que de volver a hacer la obra no la haría ni con el mismo arquitecto, ni con el mismo aparejador.